domingo, 21 de marzo de 2010

MEDITACIÓN DOMINGUERA - EVANGELIO SEGÚN SAN FISURA

SUNDAY INN

Domingo al mediodía. La hora del idiota. Las chicas sacan a pasear a sus amigos fraudulentos; solamente aquellas que duermen poco y mal, y aquellos tan prolijos que dan asco. Tipitos que esperan toda la semana para ver a sus nenas imposibles. Todos los amantes posibles abren los ojos mucho más tarde, porque es domingo. Cuando la resaca les baja y la tarde está más fresca. Cuando el roce de los cuerpos, cuestión de física animal, excede lo social aconsejable. Entonces individualizar. Y ahí nomás: ¿Dónde dejé la cabeza, que igual me duele? Y buscar la analgesia para confirmarse entre los seres de este mundo y, si se puede, comer.

Las pastas solamente alcanzan a la familia tipo. Pero hoy hay tantos tipos de familias que exceden generosamente lo tipificado, que aquel magnífico combo itálico -alla Campanelli- nunca volvió de su picnic en la distante periferia. La ciudad es tres amigas, dos amigos y un perro, cuatro coterráneos de Jauja o Beijing en esta tierra extraña; cosas del cosmopolitismo, se diría. Y hay madres, con bebés de tres distintos padres, viviendo solas. Y hay tríos y cuartetos de viejos mini-asilados por hijos, nietos y entenados. Y hay corporaciones consanguíneas de ladrones. Y desconocidos más unidos que hermanos.

Pero el domingo sigue, y deja ver cuarentonas con tetas a estrenar, autistas recitando MP3, típicos caminantes, algún retornante extrañado, saliendo de su nube tóxica, viejas que se acuerdan a último momento de comprar el pan, señores con la camisa arrugada que encargan empanadas. Algún pelado nostálgico, en camiseta, se lleva la radio al oído y palpita la previa de la fecha. Otros nada más se bajan del auto y dejan la radio encendida, mientras otean el horizonte, fumando.

Es el extrañamiento dominguero, o el estreñimiento. El domingo no es día de aconsejar, de sacar la basura, lavar los platos o apilar trastos; es el día de guardar (se). De salir para estar adentro. Sunday Inn. Muy moderno, muy avant-garde. Una fauna de cretinos muy bien repartida. Aquí y allá. Afuera y adentro de cada uno.

Música intrascendente, películas de no pensar y delitos menores. Frugalidad porque el cuerpo no da o la cabeza se ha tomado franco. A algunos les sigue toda la semana; esos pobres no tienen domingo. Son el domingo. Tienen esa plasticidad espástica.

Cualquier porquería es un plato y ¡qué plato! Nos reímos de cualquier porquería. Tiene esa cosa de bisagra oxidada que suena mal, de adelanto del trajín y el gasto de la semana. Cuentas, parciales, pelos, señales, como latigazos que nos arrancan a jirones la gentil holganza y nos dicen: ¡Señores, se viene todo esto! Y, a ratos, nos cagamos en todo esto para concluir que, de todas maneras, todo esto nos va a terminar cagando.

Más o menos amor, diversión, suceso. Capitalismo se llama el juego. Y el domingo se recarga la recortada que nos va a volar los sesos. Y oficios inútiles sostienen las horas intermedias, inermes, donde no se come, no se duerme, o no se oyen noticias del mundo. Hay quien hace que ordena papeles, quien lustra un viejo trofeo, quien cuenta sus cupones de descuento o sus pares de zapatos. Hay quien toma mate y cree leer un libro o los avisos clasificados. Toda una inteligencia de la ficción dominguera. Cada vez menos mutantes de plaza, cada vez más ratas de alcoba. Hay quien limpia el conventillo de anoche, quien se purga y quien da de comer al gato, o cambia de maceta a una planta.

Todas las actividades inútiles imaginables son muy aconsejables para salvar el domingo. Para no permanecer en domingo y perderse rabiando. ¡La delicia del solitario! Putear visceralmente, reírse de toda banalidad, dormir siestas monumentales, no creer absolutamente en nada, no tener que prometer nada. Todas las citas fijadas en domingo deben ser religiosamente incumplidas. Es el día perdido que nos obliga a encontrarnos a partir del desencuentro ajeno. Cualquier cuestión práctica es impracticable en domingo. A nadie se le ocurra salir o volver de viaje un domingo, nacer o morir un domingo, empezar o romper una relación un domingo. Ni siquiera vale ya ir a misa un domingo y salvo el clásico futbolero, pocas actividades se proyectan para este día. Si lavás el auto capaz que llueve, y si llueve, ah, qué domingo espantoso, como si uno hubiera decidido hacer algo relevante ese día, justo ese día. ¿Que nos embroma ir de camping o mandarnos un asadito? Eso era antes, andá a comprar ahora una parrillada completa o manejar en la ruta cuando todos regresan quién sabe de dónde. No, no, el domingo es cada vez más eso, domingo. Sunday Inn. Puertas adentro por más afuera que se quiera estar. Simples convenciones de esta inteligencia que te desarma. Claro, y me van a venir con el tópico de la tasa de suicidios en domingo, sabía que me podían salir con eso. Ahora, los suicidas creen salir del domingo para caer en un domingo perpetuo, qué insípida muerte, qué lugar común, qué absurda manera de venir a arruinar un domingo que nunca tuvo mayores pretensiones. Qué forma de recargar a empleados de funerarias y enterradores. Puras ganas de joder la paciencia. ¿No podías esperar al lunes, así faltabas con justa causa al trabajo?

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